jueves, 19 de febrero de 2009

Humo nada más

Yo te entregué mi amor
fuiste mi ilusión...

Cada día me despierto más tarde, con la sensación de que el tiempo se ha convertido en humo. Y pesa. A veces sonrío, río y termino llorando. Es cuestión de paciencia. Ya lo sé. Las lágrimas no solucionan nada, pero son un escape para mis pensamientos en círculo.
Aparto las sábanas con pereza. Tengo que enfrentarme por enésima vez a la rutina que succiona hasta el más mínimo de mis deseos. Avanzo a tientas hasta el ventanal. Cuando levanto la persiana, el día se pasea por la habitación, como dueño y señor, echándome en cara la desgana y el desconsuelo.
Te llamo. ¡Quién sabe cuántas y cuántas veces te he llamado...! Y las letras de tu nombre flotan por el techo a mi alrededor como ténues señales de humo, hasta que se esconden, cansadas del vértigo de la altura, debajo de la almohada. Te fuiste. Ahora no tengo otra base en que apoyarme que yo misma. Y soy frágil.

...Y una llama azul
palpitó de amor
en mi corazón...

Quizá hoy, ahora, cuando el humo se ha metido en mis sueños, estés ahí, en el café de esa vieja estación de Belique, esperando el tren que terminará de alejarte para siempre de mí. Y quizá estés escribiéndome unas líneas apresuradas de despedida, en una postal en la que puede verse a través de una ventana, una bella puesta de sol quemado y humeante. Y a lo lejos, en medio de un camino, muerto en pie y paradójicamente fumando en pipa, a un campesino que espanta pájaros con su tristeza y sonríe mirando las volutas azuladas que danzan ante su nariz y luego se difuminan en el horizonte.
El jefe de estación te observa, quizá imagina que estás dibujando un campo de girasoles o adivina lo que estás escribiendo.
Casi puedo percibir un ruido a tus espaldas y escucho un débil maullido entre los cubos de basura, pero eso no borra el sonido del adiós que ya está escrito.

Mas nada ha de volver,
nunca ya jamás...

Meses atrás paseábamos y charlábamos matizando con nuestras palabras los colores. Tú tenías ademanes lánguidos al abrazarme: intentabas dar cobijo a mi desolación desde tu desolación. Eso era como querer suicidarse dos veces.
Diciembre le cantaba a las angustias y, en la esquina donde los sueños empiezan, me di cuenta de que una humareda no sólo oculta las apariencias sino que cubre también hasta lo más profundo de nosotros mismos. Y nosotros empezábamos ya a despedirnos, inconscientemente, con miradas de adiós...
Una vez preso el pensamiento de esa idea, la razón se hizo cristal. Y rasgó.
A partir de entonces mi lucha fue buscar un imposible, sin embargo quedaba la esperanza: Quizá las calles se vestirían otra vez de ilusiones cuando el humo se disipase y diciembre volvería a ser mayo en nuestra habitación. Pero ahora, cielos nublados se derraman en las corolas de las flores como si fueran vertederos de sueños marchitos...

...del amor aquél
sólo queda el
humo nada más.

Dentro de este cuarto, teníamos un lugar debajo de las estrellas, ahora no podemos verlas con el humo espeso que envuelve nuestras vidas. Estoy llena de él, pero no de tus ojos. Dios lo sabe, aún así no me ayuda a retrasar el reloj. Por eso no tengo otra opción que seguir atentamente el suave ir y venir de las letras de tu nombre, han vuelto a salir de debajo de la almohada y apuntan hacia mi corazón que ha empezado ya a caminar en solitario.
Nuestra historia fue fugaz, como tu estancia a mi lado. Quise atarte a los cordeles en los que a veces tiendo sueños y no pude. No pude y ya es tarde. Sólo faltan unos minutos para una hora exacta. No sé cuál y da lo mismo. Pero si al subir al tren encuentras en tu bolsillo un pedazo de mí, piensa que son los restos del humo que nos ha tocado respirar, mientras yo me deshago en escritos estúpidos que no curan las llagas de amores imposibles como el nuestro.

Humo nada más...

La mañana se ha despertado entre los bostezos de las sábanas, olores de café, besos olvidados y palabras no dichas. Todo eso, de pronto, se ha convertido en este humo, como el de un cigarrillo mal apagado, que hace lagrimear mis ojos. Se extinguió la llama. Se apagó. Se terminó el amor, y el último eco de la despedida quedará oscurecido por el humo de la impotencia y la desesperación. Nunca el fuego nos dejará rescoldo o ceniza, sólo humo.

Humo nada más...




(Cuento titulado: "Humo nada más", de mi libro de relatos: Espíritus líquidos)

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