lunes, 27 de septiembre de 2010

Piruli...


Este gato se llamaba Piruli, estaba en casa de mi abuela Victoria, cuando yo era muy chiquita, pero lo recuerdo. Quiero imaginar, porque no lo sé, que quizá me mordió o arañó algún día, y probablemente esa fuese la razón de que, desde pequeñaja, no pudiera soportar estar cerca de uno de esos felinos. Hasta el punto en que, donde hubiese un gato, allí no estaba Inma. Sólo con ver a alguno observandome de lejos ya se me ponían los pelos de punta. Y eso que, como animal, el gato siempre me ha parecido uno de los más bellos.
El miedo me duró hasta hace unos quince años, cuando después de morir mi hija Amaya, un mes de Julio, encontré abandonada, en el jardín de una casa que entonces teníamos en Castelldefels, a una gatita: Misha. Era de color negro, con una mancha blanca en forma de estrella sobre la garganta. Le di de comer, la acaricié y me la llevé a mi casa. La gata sólo quiso venirse conmigo. El miedo desapareció de pronto, quizá porque recordé algo que mi hija solía decir muy a menudo: "Mamá, si es cierto que puede haber reencarnación, a mí me gustaría reencarnarme en un gato como éste..." Y me enseñaba un poster de varios gatitos; el que ella me señalaba era negro y con una mancha blanca en forma de estrella sobre la garganta.
Casualidad, supongo que sí. Imaginación mía, pues es más que probable, pero desde entonces los gatos son mis mejores "amigos". Misha estuvo conmigo quince años, falleció también hace poco, pero tengo otra gatita en casa: Isis. Y un montón de gatos "adoptados" en Borges Blanques: Kan, Otro, Gruñón, Raro, Blanquita. La mayoría son gatos sin dueño, bastante salvajes, pero no me asustan ni me hacen nada. Se dejan acariciar y se enredan en mis piernas. Cuando paseo por allí, entre los olivos, se vienen detrás de mí como si fuesen perritos...
Hace unos días, una prima mía de Jerez, encontró esa foto del Piruli y me la envió. Y por eso he querido dejarla aquí y se me ha venido todo esto a la cabeza. Podría ser un cuento corto, pero es parte de mi vida...



Y cambiando de tema, aquí dejo el podcast del programa de radio que corresponde al miércoles día 22 de este mes de septiembre y que aún estaba pendiente:


Llamaron nuestros amigos: Encarna, Carlos Serra, Carmen Anasagasti y Mateo que nos saludaron y leyeron poemas suyos, de Rafael de León y Alberto Brito.
Empezó el programa José Luis, leyendo el poema mío: La voz.
Después tuve el gusto de leer un poema en catalán y su traducción al castellano de Francesc Cornadó: "Darrera el vidre", de su libro: "Doble tall". Comenté y leí el poema "Fermata", de José Pómez. De nuestro amigo: Guillermo Escribano (¡Hola, Guillermo!) leí "Pompas de jabón" y uno muy cortito, sin título, pero que me encantó y escribo aquí:

(sin título)

Tarde ténue,
tarde viscosa.
Tarde que se mece.
Tarde que atardece.
Una, dos y tres tardes
para llegar tarde
a la tardía cita
de todas las tardes.

Por último también se leyeron los poemas de Juan Pan: "No puedo olvidarte" y uno, que hace mucho tiempo que lo tenía traspapelado de la poeta, Livia Díaz, del foro de Letras escondidas, a la que pido perdón desde aquí por no haberlo leído antes. En su correo me decía:
"Te dejo un verso de mañana en esta ventana que robé a la vida de espaldas al verano, pensando, cuántas hojas coleccionaré este otoño."
Y el poema, que tampoco tiene título es éste:

A veces, los abanicos
que deja el horizonte
llevan puntas de plumas,
que con blancos de tiro
-como la suavidad de un labio
apenas rozado con la punta del ojo-
pasan inadvertidos en algo
que recordamos del futuro.

viernes, 17 de septiembre de 2010

La voz...


La voz

No busquéis más mi cuerpo
al otro lado de la cama.
Para vosotros soy tan sólo una voz
en el silencio de la noche.
De esas noches en las que el aire quema
y se queman también, juntos, los sueños.

Volved a elegir mi copa
para escanciar el vino.
A cambio, yo prometo que,
aunque no podáis encender la radio,
mis palabras sedientas, se beberán 
las lágrimas de letras que vuestros ojos vertieron.

Después, mi voz avanzará bajo tierra,
entre los árboles, por las calles y las casas,
intentando penetrar en todas las ventanas
y en todos los oídos.
Entonces, mi espíritu lleno de paz y poesía
se refugiara, sin duda, en el cálido hueco
de vuestras manos...


(El miércoles pasado, día 15, no hubo programa de radio debido a una indisposición de José Luis, que espero esté ya recuperado. Pido perdón a todos los amigos que intentaron conectar con la emisora. Os eché de menos y espero que podamos reencontrarnos el próximo miércoles, para charlar y leer vuestros poemas).

domingo, 12 de septiembre de 2010

Por matar tiempo


"El ataúd entró en la oquedad abierta que se tragó vorazmente aquello en lo que se había convertido Lola. Dos hombres colocaron la losa y en medio del silencio sólo se escuchaban las paletadas de los albañiles asegurándola con cemento. Después, situaron delante las coronas y los ramos de flores de los asistentes. Me acerqué y deposité en el suelo un crisantemo blanco. Sabía que era su flor preferida. Alguna noche de copas, en las que nos contábamos nuestras ilusiones y nuestras penas, me había dicho que esa flor estaba desprestigiada a causa de convencionalismos estúpidos. Se la llamaba flor de muerto sólo porque su floración coincidía con la época en que se había establecido recordar a los difuntos. Era una flor en apariencia compacta, duradera y, sin embargo, frágil. Para Lola tenía una belleza especial. No sabía por qué, se identificaba con ella. Incluso decía que su piel olía a crisantemos. Pero para mí, como para la mayor parte de la gente, el crisantemo blanco era símbolo de muerte. La blancura opalina de los pétalos, que no transpiraban ni una gota de sí mismos, era fría, carente de pasión. Una flor aguada. Sin olor a nada en absoluto. Aunque Lola decía que sí tenía aroma. Una fragancia difícil de percibir. Dispersa. A tierra. A aire de madrugada. A memoria. A levedad.
Ahora, recordándola viva, me ahogo en su perfume. En el perfume que nunca antes había notado. Lola tenía razón. Los crisantemos blancos huelen a todo eso. Incluso marchitos. Y además, a soledad. A humo. A nostalgia..."

(Párrafos de la novela: "Por matar tiempo")

Aquí dejo el programa grabado en la radio de Poesía Lunática, correspondiente al día 8 de este mes de septiembre.



¡Gracias a todos los amigos que me dieron la bienvenida después de las vacaciones!
Mis mejores deseos para nuestra Encarna, de Hospitalet, que debido a su enfermedad, casi no pudo hablar con nosotros.
También llamaron Mateo, Pepi y Carmen Anasagasti, que felicitaron con algunos poemas a las Nurias, a Nati y a Encarna, por sus santos y cumpleaños.
Yo leí dos míos y uno de Ana Mª Manceda.
Ya sabéis que podéis llamar directamente al programa, los miércoles a partir de las diez de la noche (hora española) si queréis charlar con nosotros o recitar algo. Y si preferís envíar vuestros poemas para que los lea yo, los podéis mandar a la radio:info@radiounioncatalunya.com/

jueves, 9 de septiembre de 2010

El flautista



El alma me suda sangre...
Tengo un presentimiento,
creo que me estoy quedando sin fuerzas
y lo que es peor, sin palabras.
Mientras tanto, el aire del ventilador me acompaña
y las hojas de la parra se mecen con la brisa,
como de costumbre.
Aún así, todo se muere de nostalgia a mi alrededor.
Sé que el final se acerca.
Casi termina el verano, es época de vendimia y el otoño asoma,
viene como un flautista de Hamelín cualquiera.
Ojalá arrastre tras de sí,
igual que a los niños y a las ratas del cuento,
la desilusión y los negros fantasmas
que hurgan en mi mente
sin darme un segundo de descanso.

Del poemario: "Cruzar el umbral

(Fotografía: Clara Rius)