Atrás quedaron las procesiones, el olor del incienso, los claveles rojos, las saetas... Se quedaron allí en el recuerdo, como tantas y tantas otras cosas.
La procesión
Estertor de muerte y redoble de tambor
en la estrechez de las calles.
Nota de tristeza en las primeras horas del atardecer.
No he soñado los balcones con ventanas arracimadas,
ni emociones restallando en desfile silencioso,
ni suspiros que llagan, hasta la evocación,
un caminar lento, bajo palio.
Todo existe.
Está ahí...
Ya nace un estallido en los caireles de plata,
en las vírgenes de lágrimas de cristal y regazo vacío,
en los contraluces del día y la noche,
de la fe y el desespero.
Ramos de lirios pintados de morado
para un simulacro de entierro fúnebre y macabro.
El aire, denso, acaricia la noche
y le desliza por el rostro Soledades,
Esperanzas y Amarguras...
La procesión sigue.
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