jueves, 27 de noviembre de 2008

Sobre otro Antonio Machado


Hace tiempo leí un articulo de Inma Limones en la revista "El Celador" de Sevilla. El articulo se titulaba: "Símbolos en Antonio Machado". Su lectura me hizo recordar a otro Machado: Antonio Machado y Álvarez, más conocido por "Demófilo" y que fue el padre de los hermanos Machado: los poetas Manuel y Antonio, sin olvidar a José, pintor, y a Francisco, que también cultivo la poesía.

El apellido Machado, de ascendencia portuguesa y oriundo de la provincia de Huelva, está intimamente vinculado a la historia sociopolítica y cultural de Sevilla, desde que en 1845 se asentase en ella el abuelo, Don Antonio Machado y Núñez (1815-1896).

"Demófilo" nació el 6 de abril de 1846 en el nº 33 de la Rúa Nova de Santiago de Compostela y a los cuarenta días de su nacimiento, por enfermedad de la madre (Doña Cipriana Álvarez, natural de Sevilla), la familia se traslada a esa ciudad.

En la obra de Machado y Álvarez se palpa una honda preocupación social por España y por desentrañar el sentido del pueblo. Fue un hombre sencillo, modesto abogado, incansable trabajador, padre excepcional y un intelectual censurado, incomprendido y criticado por sus contemporáneos a pesar de ser una de las más altas mentalidades españolas de la pasada centuria. Inició los estudios folklóricos en España y eso le valió el título de miembro de honor del folklore inglés y de la Sociedad Filológica de Londres y, consecutivamente, de los núcleos folklóricos que fueron fundándose en todos los países de Europa y América. Esa fue su recompensa, a cambio de su fortuna, su salud y su vida.

Notable lingüista, director y editor de revistas especializadas, fundador de El Folk-Lore Andaluz y el Folk-Lore Español, colaborador incansable en la prensa nacional y extranjera, reclamó una mirada científica y culta, sobre el cante hondo. Reunió dos colecciones de cantes flamencos: una en 1881, en Sevilla, bajo el título de "Colección de cantes flamencos", y otra en 1887, en Madrid, titulada "Cantes flamencos y cantares". A ésta última recopilación pertenecen las coplas:


Pensamiento ¿aónde me yebas,

que no te pueo seguí?

No me metas en paraje

donde no puea salí.


En este mundo reondo

quien mar anda mar acaba;

y en casa der jabonero

er que no cae, resbala.


El propio Demófilo pregunta en el prólogo: "Pero ¿quién es el autor de estas preciosas coplas...? Pues lo mismo lo sé yo que vosotros... todas las coplas recogidas no son hijas de un mismo padre, sino de muchos... y ellos no olvidan que la mejor poesía es la que dice más en menos palabras... cuando les duele se quejan y cuando se alegran ríen, sin meterse jamás a esmaltar sus risas o sus lágrimas con adornos postizos".


No canto porque me escuchen

ni para lucir la voz...


Demófilo murió a los cuarenta y siete años de edad, el 4 de febrero de 1893, en el nº 35 de la calle de la Pureza, en el arrabal sevillano de Triana. Se le había declarado una esclerosis medular cuando estaba en Puerto Rico, adonde se había desplazado con la esperanza de solucionar sus problemas económicos. Regresó a Sevilla. Allí falleció en brazos de su esposa Ana Ruiz Hernández, y ante la indiferencia de la ciudad, sumida en esos días en la celebración del Carnaval. La prensa no le dedicó ni el más mínimo artículo necrológico. Hoy día, su figura vuelve a recordarse y estudiarse, no sólo por la influencia que dejó en sus hijos, sino también debido al hecho de que anunció tendencias culturales, científicas y literarias que sólo con el tiempo han ido descubriendo su verdadera dimensión.


Todo aquer que dise ¡ay!

es señar que l'ha dolio;

y yo digo: ¡Ay, ay, ay,

ay, probe corazón mío!

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