La tarde se pasea con tu nombre de sombrero.
Nadie la mira,
tan dulce y leve...
El sol se extravía entre los sicomoros,
los párpados de los helechos entreabren sonrisas
y el aroma de tu piel es un latido que cuaja en mi mirada.
La última luz resbala en el tejado;
mientras el cielo nos espía
me imaginas, entre almohadas,
cubierta sólo de velos y narcisos.
Yo te presiento en el olor de la madera y la vainilla.
Si creemos que nuestro amor no cabe en un bolsillo
y que el aire vuelve al aire con sabor a guindas,
cuando el crepúsculo agonice,
el musgo crecerá sobre la tierra húmeda
y yo escribiré un beso en mis ojos
para que lo recibas cada vez que me mires.
Junto al mar eres iris y tiniebla,
y yo sombra de palabra
llorando despedidas que mueren en olas...
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