Al leerlo, escribí: Estas
palabras estrujadas unas con otras, como los niños con Janus, quiebran todos
los moldes. Se salen de las clasificaciones, se desbordan de los papeles y de
las nomenclaturas. Y es lo que queda de pie como estandarte, hasta que alguna
vez, -si es que alguna vez será- que nos sentemos como hermanos y el Mal con
mayúscula deje de ser ese obsceno misterio que nos engulle, destroza,
inhabilita, trastorna, hasta convertirnos en meros espectadores.
En el poema de Vándor no hay nada que
distraiga. Todo el texto es esa gota de dolor que hay que colocarse en la
lengua, hasta que de tanto arder, entendamos que mientras nos creamos al margen,
no tendremos las manos limpias y que seremos culpables hasta que podamos hablar
de la última masacre del hombre contra el hombre. Esto no es literatura, y como
diría León Felipe, es una estopa en la garganta.
Ahora, Jaime, me he asomado a otro poema tuyo que titulaste Hijos, en el cual dices: Hijos del dolor / no es culpa vuestra / mi reloj
asigna lejanos lutos / duelo de personas que no he conocido / manecillas
enloquecidas me hostigan / ¡ay, ruta solitaria! / y esta alforja de
plomo... Y a ellos quieres pedirles perdón.
Y sin embargo, Jaime, todo ese dolor no es algo por lo que tengas que excusarte. Hay un destino en cada
cosa, cada tiempo y cada ser. El que se extingue para reverdecer y el que
sobrevive para extinguirse con el peso atroz de todo aquello de lo que fue
actor y testigo, sobre una piel desguarnecida y un corazón sin costillar que lo
resguarde.
Y
eres tú, Jaime, y ese penar que se cimbra sobre cada uno de tus días,
el destino que nadie sino tú
podías cumplir. Tú llevas en el interior de tus vacíos, la mirada de ese
niño que Janus llevaba sobre su pecho, camino hacia su propia
extinción, y su abrazo colgado del miedo de esos niños, reinventando
desde la muerte el contenido mayor de una alegría que te la dejo a
ti, envuelta en el tremor de sus noches.
Cada uno cumpliendo el
segmento de una elipse que aún no se fractura para dejar salir el canto que
yace entre las cenizas, aguardando.
Qué perdón vas a pedir,
si los hijos a su vez son testigos de un horror que no se acaba, de una masacre
que no es la última, presenciando, como lo llamaste, el obsceno misterio de un Mal, que cambia de
paisaje y de retórica, de abecedario y vestidura, pero que sigue infringiendo
las mismas heridas y abriendo las mismas sepulturas.
Sólo que ahora la muerte
se fracciona, se divide, para que su orfandad no sorprenda o despierte al
hombre de su inútil vigilia a los márgenes del morir.
Si no fuera por ti, y
quienes como tú tienen la misma gota de dolor enastada en la lengua, qué de
olvidos se esparcirían por las tierras para hacernos creer que alguien ha
podido exterminar el mal.
Has cumplido con creces
tus deberes, Jaime, como si hubieses hecho el viaje con Janus y sus niños,
hacia unas hogueras que no se han extinguido.
Tus hijos, lejos de
perdonarte, donde quiera que estén, honrarán la dimensión de tu sacrificio, el
tamaño de tu valor y tu valer, porque no sólo, al modo de Janus, tomaste para tí
el peso de los ausentes, sino que asumiste esa culpabilidad que todos tenemos,
en las masacres de ayer y en las de hoy, porque aún no hemos dejado que
colectivamente hable el corazón, sino a
través de esa lágrima tuya, individual, única, que como la de León Felipe, no
alcanza a reventar los muros del Mal.
Sólo que debes saber, en
el interior de tí mismo, que tu sacrificio, como el de Janus, como el de los
niños que Janus acompañó en su destino, harán posible que algún día eso ocurra,
que el Mal se extinga, que prevalezca la ternura, que el Amor se haga la fuerza
que mueva los engranajes del mundo.
Hoy nos dice Carlos Morales que
andas aquejado de salud. Y me apresuro a escribirte porque nunca pude llegar a
tus orillas a decirte cuánto significas en las propias batallas que libro contra
el Mal con mayúsculas y las Males diminutos y fraccionados que se cuelan hasta por
los intersticios de los ventanales en los que crecen las florerías.
Y esa tristeza se le adhiere a los hijos y a los nietos, a quienes de alguna manera, como tú, suelo
aguarles la alegría, con esa alforja de plomo que a veces se me atraviesa en la
pupila.
Sólo que la recojo y la
convierto en alas de pájaros para que ellos puedan sobrevivir los males de este
tiempo con una dosis de magia y de misterio, con unas hojas de trébol guardadas
en las páginas de un libro, y una hoja seca recogida en medio de un otoño único.
Hoy te envío todos mis
talismanes enhebrados en el galope de caballitos de mar, en el piquito de un
azulejo, en el suspiro que dejan en el aire las mariposas, y en el trozo de
canción que le regalamos al porvenir.
Ellos llevan poderes
sanadores pero por sobre todo, una melodía que acaricia el corazón, un palomar
de versos inconclusos, un paisaje tallado en los ojos de un niño que aún no ha
salido de su propio asombro. Es decir, Jaime, algunos de los ingredientes de
los que estará hecho el porvenir.
Y te los dejo a orillas
de tu tristeza, al borde de tu dolor, en el dintel de tus angustias, para que
los siembres en el envés de tus pupilas, como un solar de mandarinares.
Con todo mi afecto
mery sananes
19 de octubre del 2012
Para quienes no le conocen
Jaime
Vándor, o Helmut Jacques Vándor, como consta en su partida de
nacimiento, vio la luz en Viena, de madre austríaca y padre húngaro, en
febrero de 1933. Hacía menos de cuatro semanas que Hitler había asumido
el poder en Alemania. Tras la anexión de Austria al Tercer Reich su
familia, judía, se refugió en Budapest, Hungría, en 1939. Su padre, que
había sufrido mucho a raíz de la guerra de 1914, en el frente ruso y
luego como prisionero de guerra en la Siberia Oriental hasta 1920, de
ningún modo quiso vivir otra conflagración, y se estableció en Barcelona
con la esperanza de poder sacar a su familia de Hungría, cosa que con
el cierre de las fronteras no fue posible.
Con
su madre y su hermano pasó en Budapest las vicisitudes de la Segunda
Guerra Mundial y las persecuciones raciales a partir de la invasión de
Hungría por las tropas alemanas en marzo de 1944. Se salvaron de la
deportación en una de las “casas españolas” gracias a la protección de
los “Justos de las Naciones” Ángel Sanz Briz y Giorgio Perlasca -y como
ellos, otros 5.200 judíos húngaros- en los meses que precedieron la
ocupación de la capital por el Ejército Soviético (enero de 1945). Gran
parte de su familia pereció en el Holocausto.
Reunidos
por fin con su padre en Barcelona en 1947, Vándor terminó los estudios
de bachillerato en el Instituto Menéndez y Pelayo, en 1951. Se licenció
en Filosofía y Letras, Sección de Filología Semítica, en la Universidad
de Barcelona, en 1956. Se doctoró en 1987.
La tesis doctoral de Jaime Vándor, de literatura comparada, apareció con el título de Los ricos de espíritu. Estudios en torno a un personaje literario. En dicha tesis establece, partiendo de El idiota de
Dostoievski, un tipo psíquico, estable e intemporal, de la máxima
perfección humana, con los rasgos comunes y diferenciales de unos
cuarenta caracteres, desde Homero hasta el drama y la narrativa del
siglo XX.
Paralelamente
a sus estudios universitarios, Vándor cursó ocho años de teoría en el
Conservatorio Superior de Música de Barcelona, incluyendo tres de
Armonía y uno de Contrapunto, así como Paleografía Musical y Musicología
en el C.S.I.C. Impartió Historia de la Música y Formas Musicales en el
Colegio Mayor Virgen Inmaculada, de 1970 a 1977, e Historia y Literatura
en “Dor Hahemshej” –formación judía superior para adultos– en la
Comunidad Israelita de Barcelona.
Tras
seis meses pasados en Israel estudiando hebreo moderno (Kibbutz Ein
Hashofet, 1957-1958), asignatura que en su tiempo no formaba parte del
plan de estudios en la Universidad de Barcelona, entra en la misma como
profesor ayudante, pasando en 1967 a Encargado de Curso, y a Profesor
Asociado Extranjero en 1987. Sigue cursos de perfeccionamiento en Israel
(nuevamente Ein Hashofet, 1966-67, y Ulpán Akiva, 1989). Desde 1958
hasta su jubilación en 2003 enseñó en la Facultad de Filología de la U.
B. Lengua y Literatura Hebreas, Literatura Hebrea Moderna, Historia del
Judaísmo Moderno y Contemporáneo y otras materias.
Vándor
ha participado, como invitado, en numerosos simposios y congresos
internacionales. Ha dado centenares de conferencias en España, Alemania,
Italia, Hungría e Israel sobre temas de historia y cultura judaicas,
sobre literatura universal, especialmente del ámbito de las lenguas
alemana, húngara y hebrea, así como de Historia de la Música. Como
traductor del húngaro ganó un premio de la Radiodifusión Húngara en
1977, con Veinte Poemas de Endre Ady. También tradujo del húngaro la autobiografía de Tibor Déry (1894-1977), Sin juzgar.
POESÍA DE JAIME VÁNDOR